A la pregunta de si tenemos o no la televisión que nos merecemos, no es tan fácil contestar sin antes haber reflexionado sobre la situación actual de nuestro entorno. Francamente, creo que la televisión que nos ofrecen se aleja bastante de lo que deberíamos recibir cada día en nuestras casas si quisiéramos mejorar muchos de los aspectos sociales, políticos y económicos de nuestro país.
No debemos olvidar que la televisión es un bien público que entra en nuestros hogares y que, por mucha diversidad de canales que ofrezca, sigue sin ser plural y cada vez menos, cumple un papel fundamental de responsabilidad social.
Se trata de un negocio, sí, pero dado el poder de influencia tan grande que posee sobre las audiencias, tendría que ser prioritaria la regulación de los contenidos ofrecidos en cada uno de los programas de televisión, especialmente en aquellos que aparecen en las horas que más “daño” pueden ocasionar a la población (prime time).
Si hay algo que define lo que creo es lo siguiente: Sin cultura no hay democracia. La formación cultural de las personas que conforman la sociedad está en manos, a veces en las únicas, de los que hacen televisión, y por muchos intereses económicos o políticos que haya de por medio, es una responsabilidad incuestionable de la que se deben hacer cargo.
Si la ignorancia prima sobre la cultura, la libertad dejará de ser libertad. Un pueblo ignorante será más vulnerable a la manipulación que uno que no lo es. Y eso es justamente lo que se tendría que evitar... ¿Qué harán nuestros políticos al respecto? Ayer lo vimos en el debate presidencial. Tirarse piedras el uno al otro para, en vez de informar efectivamente a la población de cómo y por qué tienen que votar, consigan introducirse aún más en ese letargo del que muchos jamás podrán escapar.
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